Julian Prebisch: texto catálogo, Centro Cultural Recoleta, 2009
Quiénes venimos siguiendo la evolución de Julián Prebisch (1976) como artista, vemos en esta muestra una nueva apuesta, un nuevo desafío. Al abandonar los colores vivos y las imágenes sicodélicas, el joven artista entra en un nuevo universo, más personal, de búsqueda, de introspección, como queriendo resolver un enigma que lo perturba. Esta muestra refleja la profundidad de este proceso: revela su compromiso con el arte y la vida misma.
Los resultados de esta nueva mirada son inquietantes: la obra nos lleva a reconsiderar su evolución. El juego de la abstracción de las imágenes se acabó. El arco iris de Julián transita un túnel. Los colores primarios que blandeaba el artista como banderas africanas se opacaron. Los audaces matices de antes, hoy devuelven pastel, más mutados. También el clima de la obra se ha transformado; es más sutil, más hondo. Lo que en un principio fue una celebración, hoy es una reflexión, una indagación. Son otras las preocupaciones del artista en esta segunda muestra institucional.
Julián esta en medio de una búsqueda para encontrar su propia persona artística, su centro en un mundo que vira hacia la periferia. Toca temas que tienen su origen en ciertas prácticas relacionadas a la magia. Las ciencias ocultas corren por vetas que les acercan, cuando dadas vuelta, a la física cuántica. Julián se aproxima a su obra como un científico, un investigador en busca de descifrar una formula cuyos elementos resisten resolución. Avanza al ritmo de laboratorio, sin apurarse; repite experimentos hasta que el resultado le es satisfactorio.
Mientras que los demás de su generación encuentran sus municiones plásticas en el exterior, física y geográficamente, Julián excava las vetas de su ser. Buscar adentro de uno mismo es una faena dura y muchas veces dolorosa. Uno se encuentra con escombros y escollos que cuesta reconocer. Debe sortear los obstáculos y seguir más allá de la basura que aparece en cualquier auto-confrontación.
El Julián de hoy, entonces, camina sobre el filo de la navaja. Mantiene en equilibrio gracias a su talento natural y su disciplinada dedicación. Procura combinar su dominio natural de lo estético con la imaginería que ha escogido en esta instancia de su trayecto. Pone énfasis no solo en seleccionar con sumo cuidado la imagen, sino también sacar el jugo de una gran variedad de materiales. Va mezclando todo sobre la superficie de la tela y también fuera de su bastidor; integra los marcos a la obra y agrega objetos en pos de mini-instalación. Todo contribuye a enriquecer el trabajo visual y conceptualmente.
Si antes la obra sedujo el ojo con un baile alucinatorio, en este momento la sensación es puro pos-gótico. Su paleta es de tonos de tormenta, más negra que blanca en todo sentido. Sus figuras, cuando las haya, emergen de libros esotéricos, de estampas de magia, de mundos interiores que miden su marcha a través de símbolos y señales más allá de lo comúnmente vivido.
Trabaja cada obra desde tres ángulos. Primero, prepara un fondo, que puede parecer la superficie de un trozo de mármol, o los papeles pintados al interior de las tapas de un libro antiguo. Son trompe l’oeil que imitan a la naturaleza cuyos movimientos imitan líquidos en revolución. Descubrió que la Coca-Cola podría servir de medio en vez del agua al preparar los colores, y utilizó la popular bebida para lograr estas fluidas texturas plásticas.
Julián pone mucho énfasis y esfuerzo en este etapa inicial de la obra. Luego introduce la trama, que puede ser un objeto como un jarrón, un gallo, o un complejo diseño abstracto con reminiscencias arábicas, un patchwork de pequeños geometrías. A veces incorpora fragmentos de vidrio, de espejos para imponer ciertos ritmos, reflejos que busca. Termina la obra con un complejo marco y si hace falta, la complementa con algún elemento externo, relacionado con la dirección en la cuál él quiere enviar el ojo y la mente del espectador.
El Art Deco es un determinante en el mundo de Julián. Predomina en la decoración de sus espacios, en la trama de sus diseños y en su estética vital. Lo aplica en sus expresiones más formales, también se deja seducir por su aspecto degenerativo, el kitsch. El Deco da estructura a sus fondos, provee un marco visual que concentra la mirada. El kitsch aparece en la anécdota, esa manifestación del espíritu popular que se muestra en excesos y exageraciones.
Julián impregna todos sus cuadros con simbologías que a veces son auto-referentes. El receptor de sus mensajes necesita acostumbrarse a los códigos detrás de los títulos de las obras: se devuelven leíbles a mirar con cariño y cautela a las obras. Por ejemplo, cuando Julián sufre una pena de amor, pinta una paloma. Es parte de una poética personal que lo aleja de la banalidad de lo superficial. Sin embargo, la obra se defiende sin analizar la anécdota que se esconde detrás de la imagen.
Lo que más separa a Julián de sus pares es que parte de una actitud clásica. Tiene un tremendo respeto para lo que produce; postula llegar a la posteridad. Hay una pelea implícita en cualquier intento para acercarse a la perfección. Su carácter no permite medias tintas: la excelencia y la obsesión de obtenerla guían cada pincelada. Su ritmo es del caracol, de la tortuga: no siente, por ejemplo, los apuros de la liebre. Puede pasar una mañana en un trance evaluando el próximo paso, un día entero en buscar el objeto preciso para redondear una idea.
Busca sus materiales en los lugares más insólitos imaginables. Toma un conejo despellejado del freezer del restaurant peruano Chan Chan como modelo de un feto. Una cabeza de chancho colgada emblemáticamente en la carnecería le sirve de elemento pictórico. Busca fragmentos de piel o cuero en los talleres de peleteros en Boedo. Frecuenta las tiendas de santería y Umbanda.
Compra largas trenzas de pelo negro en el Barrio Chino. Cuelga las trenzas al lado de cuadros que representan las mismas trenzas, pintadas a la perfección. Así produce una transformación de un objeto orgánico a una imagen sin materia. Refiere con este juego de papeles a la presencia de la magia en el mundo que él arma a su alrededor. Su taller está repleto de posibles conversiones y relecturas.
De chico, Julián fue adicto al libro “Can I Play with Magic?”, un libro lúdico lleno de trucos de magia. Seguía su fascinación con lo oculto, pero siempre desde afuera, como mirón. “Soy un observador total del mundo sincrético.” Recalca que “me gusta la estética que tiene”. Viajó a Bolivia y frecuentó los mercados donde las curanderas le ofrecían un sinfín de materiales exóticos que luego podían encontrar lugar en la obra o en su imaginación. “Quiero recabar en cosas que no son comunes”.
Lo más esencial de esta historia es que Julián logra integrar e incorporar esta estética y sus manifestaciones materiales en su obra, sin perder su propia personalidad como artista. No logran dominarlo; pierden su cargo originario y parecen como un elemento más en la compleja construcción de la obra. Julián ejerce una suerte de magia cuando entremezcla sus elementos, como la bruja con sus cazuelas de hierbas y afines.
También pasó una estadía en Londres, donde se desarrolló otras facetas de su carácter y personalidad. Pudo observar el profesionalismo del artista en su máxima expresión. Se dio cuenta al volver a la Argentina que lo que tenía a su alcance en Buenos Aires nunca se acercaría a lo que un artista inglés tiene a su disposición. “Tengo que mover más la cabeza con los recursos y medios que tengo a mi alcance aquí”.
Tal vez el recurso más disponible y más único en el mundo de hoy en Buenos Aires es el tiempo. Julián lo usa a su manera; vivirlo a un ritmo propio es un lujo que no sería factible en Londres o Nueva York. Los cambios requieren tiempo, deben madurar sanamente. Julián es un solitario: “No puedo trabajar con otros en talleres o en equipos como en el cine,” dice. Estudió cine durante dos años, y arte también otros dos años. Pero su motivación viene más de sus viajes y sus propias especulaciones, que de la experiencia académica.
Julián trabaja en series, o mejor dicho, secuencias, donde una obra conduce a la próxima, su resolución proveyendo la punta de partida de la siguiente. Una trilogía, por ejemplo, está compuesta de “El aburrimiento del rey padre”, “Los caprichos de la reina” y “El orgullo del principito”. Por supuesto no hay una trama lineal entre los tres cuadros, pero hay algo en la primero que gatilla el siguiente, y así consecutivamente. Algunos títulos son alusivos: “La destrenzada”, “Equipo de mago”, “Chancho”, y otros son más bien sugestivos: “Matrimonio”, “El silencio” o “La primera y última fase del enamoramiento”.
La evolución de Julián ha seguido el trayecto del péndulo. Los colores vivaces desaparecieron, reemplazados por “tonos raros, con sutilezas”, en las palabras del artista. Las formas siguen una estructura arquitectónica con proyecciones personales. Los códigos del Art Deco disciplinan la composición. Las figuras emblemáticas de antes han caído ante una invasión de imágenes derivadas de su curiosidad actual.
Si antes el cuadro pintado fue suficiente terreno para contener su expresividad, hoy se entiende su dominio sobre la pared alrededor de la pieza central. Ya no es suficiente aprisionar la obra en un marco neutro. El marco es integrado a la obra, también los elementos aledaños. Si Keith Haring fue referente en los primeros años, hoy es Matta que obra detrás de los telones en su registro visual.
El mundo actual de Julián es más estático, un mundo pintado desde de su cerebro, no desde una representación abstraída del tema. Busca suspender el tiempo, dejarnos acercar a la obra en un marco atemporal. Nos devuelve al timing perenne del arte, sin la aceleración del video, la inmediatez del performance o la frialdad de la foto. Aceptar el desafío de Julián Prebisch es reencontrarse con la práctica de la contemplación. Esta muestra es una proeza de integración: de técnicas, materiales, espacios e imágenes. Comprueba que la pintura en si es válida todavía y en manos de jóvenes como Julián, con talento e imaginación, seguirá asombrándonos, como siempre.
Edward Shaw
Tunquén, Chile
septiembre - 2009
sábado, 13 de febrero de 2010
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