sábado, 13 de febrero de 2010

Carta para una suegra desconcertada (2)

Si encontré al mundo gris, suegra, en mi carta de marzo de 2008, hoy es sencillamente negro el futuro a cinco años.

¿Por qué? Porque no tenemos la perspicacia para darnos cuenta de lo que está pasando alrededor de nosotros.

Todos marchamos hacia la debacle más rotunda de nuestras vidas con los ojos puestos en las panaceas del pasado: en el cincuentenario del Festival de Viña, los premios Oscar, el escote de tal, el trasero de la fulana.

Si ven tragedia, es al nivel sensiblero, acogiendo todo a nivel familiero, los quince minutos de llantos que merezcan el desenlace de una hija de ministro, o cualquier damnificado de un drama circunstancial ajeno. Ni los propios hijos reciben esta ola de lágrimas. La distancia máxima que alguien de hoy domina es la del ojo al ombligo.

Es por eso que no somos capaces de captar la profundidad de la crisis en que todos nosotros estamos enrollados – que por supuesto – va más allá de las simples dimensiones económicas y financieras de los titulares de los medios.

Tanta sensiblería para el desastre ajeno, tan poca sensatez a la ceguera de uno mismo.

Suegra, se termina un estilo de vida, un sistema de creencias, un modus operandi, tantas de las mil maneras de actuar que nos han sido comunes y cómodas. No se puede seguir creyendo en los mitos, no se puede confiar en las ilusiones, en los cuentos de hadas de los abuelos o los políticos...

Todo lo que hemos aprendido a los pies de los padres, en las instituciones educativas, de los manipuladores de las verdades, no nos sirve hoy para orientarnos para mañana.

Nada tiene que ver ni el neo-liberalismo, ni el capitalismo, ni el socialismo, o el comunismo. Tampoco la democracia ni el autoritarismo. Ni Díos ni el diablo. No hay donde echar la culpa más allá de uno mismo. Solo a uno mismo por no analizar lo que las cúpulas del poder nos vendieron, sea la familia, la escuela, la iglesia o el gobierno.

Aquí estamos, en el año 2009, con una profunda pérdida de fe en las instituciones que siempre nos sostenían en los malos momentos. No creemos nada en las palabras que nos ofrecen. Ya sabemos que sus actos son inútiles y sus promesas falsas.

Por eso vivimos sin valores, copiando el ejemplo del facilismo, envidiando a los más exitosos.

Tratamos de creer todo lo que leemos, todo lo que nos ofrecen como la verdad venidera. Casi todos nosotros preferimos creer: ¡es más fácil! El facilismo es el credo del momento… ‘Todo es relativo’, nos dicen.

Cuando te describí la situación actual de nuestro planeta hace un año, alguien podía haber dudado de la credibilidad de mis observaciones. Hoy, leyendo el texto de nuevo, veo que pequé por optimista.

La crisis ya está, aunque la mayoría la está tomando como un ajuste pasajero. Pueda ser que en Chile vaya a ser una catástrofe menor, pero en el corazón del mundo occidental va a ser un hecatombe. Imagina, suegra, ayer la prensa estadounidense habló de la nacionalización de los bancos en aquel país. Tal planteo es inimaginable para alguien que se nutre de los valores de su propio pasado. El Citibank, ese nuevo socio moribundo del Banco de Chile, está por desaparecer, junto con tantos otros.

Las grandes automotrices solo añoran una cómoda bancarrota donde los ejecutivos vuelvan a sus casas con millones y los obreros sindicales con lo que pueden rescatar de los restos. Los accionistas, como los de los bancos, se quedarán sin un centavo. ¡Jamás fue imaginable tal destino!

Todavía nadie lo cree, todos creen en la droga milagrosa que va a revertir la situación. El gobierno de Bush tiraba millones, centenares de ellos, para tapar huecos. El gobierno de Obama ofrece billones, hasta lo que se llaman trillones en EEUU, sin saber porque. Todo sin efecto. Cada semana la crisis corre por otro canal, cada semana lo que fue la solución de la semana anterior es el cálculo errado de hoy.

Hay una sencilla verdad: no hay ningún economista o político en el mundo que tenga la más mínima idea de cómo resolver el problema. Solo sabemos que cada nuevo proyecto va a beneficiar a muchos amigos del burócrata que lo inventa, y es eso lo suficiente para sus pares para apoyarlo. Aquí estamos, víctimas de avaricia e ignorancia institucional, de la gente que elegimos para gobernarnos.

Si todos los intentos, a veces bien intencionados, de los gobiernos, no sirven, ¿qué va a pasar? Es obvio. Nada bueno. Hemos entregado la resolución de nuestro futuro a una manga de incapaces, felices de tener la oportunidad de ejercer su poder a favor de sus cómplices.

No hay liderazgo, suegra, solo una clase de buscadores del poder. Los vemos todos los días en la televisión, en Chile, en EEUU, en China. Se juntan, discuten, hacen declaraciones, y el mundo sigue barranca abajo.

¿Qué nos viene? Pasamos ya en 2008 a la calamidad de la recesión y en 2009 entraremos en el desastre de la depresión. De allí, los países centrales pasarán a la hiper-inflación, a la necesidad de inventar una nueva moneda regente. El dólar y el euro van a ser recuerdos de ‘los viejos tiempos’. Será un proceso de unos cinco años, marcado también por debacles bélicas, brotes nucleares, luchas civiles, con un gran desastre detonadora a mitad de camino. ¿Suena feroz? Lo es.

Y ¿Por qué va a suceder? Porque la gente está programada para aceptarlo así. Cada guerrita es un paso a la próxima. Cada intervención de un poder extranjero en los asuntos de otro estado prepara el camino para la próxima. Cada país que crea que es el defensor del bien de los demás empuja al mundo hacia una nueva conflagración catastrófica. Solo hay que mirar a la tele para darse cuenta.

Nadie es capaz de ver o imaginar otra manera de resolver los conflictos. Es la programación que hemos recibido de nuestros padres, nuestros hermanos, nuestras escuelas, nuestras universidades, nuestros empleadores, nuestros líderes religiosos y políticos. No hay por donde pueda entrar un rayo de lucidez.

Cuando chicos, vemos con claridad. Los dibujos de chicos preescolares suelen tener magia, creatividad, desparpajo. Luego se van al colegio y pierden toda su gracia. Como una ventana cerca del mar, nuestra visión se tapa con capas salinas que disminuyen la visibilidad. Cada capa de conocimiento que incorporamos nos limita a actuar con claridad en el futuro. Nos llenan de miedos, prejuicios, dudas. Desaparece la posibilidad de discernir: vemos solo lo que nos enseñan a ver. Entendemos solo lo que nos enseñan a entender. Vemos todo por los filtros impuestos por el pasado.

Para solucionar problemas nuevos, hay que tener una visión renovadora. Pero hemos sido instruidos de otra manara: solo reaccionamos con la información que ya manejamos. Y solo hemos aprendido a aplicar las soluciones del pasado a los problemas del futuro.

Nuestra generación está condenada a sufrir las consecuencias y, peor, nuestros hijos están siendo inducidos a aprender de nosotros. ¡Que triste, no! Nadie contempló que haya que enseñar a los hijos a pensar, pensar con nuevos criterios, no con los trillados, los cómodos, los cuales que, a medias, nos han servido tanto tiempo.

Esta falta de creatividad, de compromiso con el futuro, hoy nos tiene prisionero. El gobierno de EEUU solo puede aplicar las políticas erróneas de debacles pasadas. Los padres iguales.

Nadie se detiene a ver como los procesos naturales, los ciclos inevitables de todos los tiempos, van resolviendo los problemas. Queremos una solución instantánea, como en el cine. Esperar es angustiante, inaceptable. Optamos por la actitud del avestruz, escondernos la cabeza hasta que el peligro se nos aparta.

Y así, querida suegra, será.

Después de una década abominable, tal vez, algún padre en algún lugar decidirá cambiar el enfoque de la formación de su hijo. Y otro, y otro. No va a venir de arriba, ni de la iglesia, ni del educador, ni del gobierno, sea neo-liberal, capitalista, socialista, comunista o cualquier otro engendro de ideas mal-aplicadas.

Tal vez, un bisnieto tuyo será de los pioneros en revitalizar el compromiso. Porque ya está comprobado que la ‘gente bien’ de hoy y su prole son la raíz del problema, más que los marginales, más que los eternos pobres que nos acompañan con infinita paciencia. El problema es nuestro y la solución también, si queremos sobrevivir con dignidad.

Abrazos de un yerno consternado
Febrero 2009

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