JAMES TURRELL: Buscando el peso específico de la luz
El James Turrell Museum de la Hess Art Collection en Colomé es inquietante. No hay colgado nada sobre las paredes, ninguna escultura se alza del piso, no hay móviles que caen del cielorraso. ¡Sólo luz! Jamás se ha hecho tanto con lo que aparentemente es tan poco. Los visitantes van y vienen en lo que el artista llama ‘un estado del ojo sobresaturado’. La luz es una sustancia tramposa, si es realmente una sustancia. Ondas y partículas de la efímera radiación electromagnética infiltran nuestras vidas diarias. James Turrell (1943) nos ofrece la visión del artista de esta ecuación: luz más tecnología equivalen a iluminación o, por lo menos, a una conciencia más profunda de nuestra condición humana.
El edificio que hospeda esta colección tan esquiva es una representación sólida de la arquitectura contemporánea museística. Está ubicado en el centro de una serie de círculos concéntricos en continua expansión, conformados por un núcleo, el Turrell Museum en sí, las viñas que rodean el imponente edificio de 1.700 metros cuadrados con suntuosos verdes, los beiges que cubren la adyacente corteza de la tierra, seguido por una diversidad de grises que conducen a la falda de los Andes, desplegándose al oeste delante de los majestuosos picos de la misma Cordillera.
Donald Hess, el empresario iluminado que buscó un desafío y una historia nutrida, no solamente un modo fácil de armar un negocio seguro, al establecer su hotel boutique y viñedo en Argentina, convirtió a Colomé, el productor de vino más antiguo y de más altura del país, en un paraíso ecológico. Hess, en una personalísima expresión de ecología humana, creó una comunidad funcional de un grupo disfuncional de centenares de atribulados descendientes de los cultivadores originales de viñas de hace siglos. La fórmula Hess, que combina vinos premiados con consagrado arte contemporáneo, suma satisfacción a su vida y a la de su familia, y a la vez aporta una dimensión extra a sus campañas de venta: vinos finos y gran arte en selectos lugares por todo el mundo: Argentina, Australia (próxima atracción), Sudáfrica y California.
La naturaleza es omnipresente en Colomé: nada interrumpe su eterno despliegue. El entorno inspiró tanto a Hess que invitó a James Turrell en el 2001 a diseñar y coordinar el proyecto de una estructura para alojar nueve de las creaciones más relevantes del artista. El museo fue inaugurado el 22 de abril de 2009, después de dieciocho meses de construcción e instalación. El ‘Turrell’ hoy se ha convertido en un ‘deber’ para el circuito más íntimo del arte internacional.
La iluminación es una gracia especial que poca gente sabe manejar: la luz en sí es una fuente poderosa de iluminación, en todos los sentidos de la palabra. Tomamos la luz por sentado. O la tenemos, o no. Está en todos lados, o en ninguna parte. Tampoco nos detenemos a pensar mucho sobre la iluminación, natural o artificial. Es fuerte en un aeropuerto o débil en un restaurant romántico. La luz juega un papel importante en sugerir estados de ánimo, en hacernos sentir seguros o intranquilos. Puede inspirar o puede amenazar. Un torturador puede usar demasiada luz como un instrumento para debilitar la voluntad de un prisionero. Los militares enseñan a los reclutas ‘ver’ en la oscuridad. La visión nocturna es una forma de estimular visualmente la conciencia que puede salvar vidas o facilitar a eliminarlas.
Pero para la mayoría de nosotros, la luz es un asunto de esperar la salida del sol o encender un interruptor: reacciones automáticas a necesidades diarias. El ‘dimmer’ nos otorga un cierto grado de control sobre la intensidad o volumen de la luz en un espacio específico. Uno puede predeterminar un ambiente lumínico para acompañar un ambiente musical. Los vidrios polarizados y las gafas para el sol nos permiten reducir los rayos dañinos de la luz solar. Podemos concientemente ejercer un grado de dominio sobre la luz que nos envuelve.
La luz siempre ha sido un factor relevante en el arte. Los artistas pintan la luz para enfatizar ciertos rasgos que quieren destacar dentro de una composición. A partir del momento que la iluminación se asoció con la tecnología, los artistas y los equipos de los museos desarrollaron mejores maneras de poner en relieve las obras de arte. Aparecieron muchas teorías en relación a los beneficios y peligros de enfocar más y más luz sobre las obras. Algunos artistas empezaron a incluir fuentes de luz dentro de sus piezas. Cables empezaron a trepar la pared a un objeto, produciendo movimiento y/o luz. Los artistas cinéticos de los años 60 armaron carruseles de una naturaleza caleidoscópica, en donde plásticos y metales culebrearon y reverberaron, alumbraron y brillaron. La sombra tenía la capacidad de producir claroscuros, tanto como un arco iris produce fuegos artificiales cromáticos.
Pero nunca se le ocurrió a un artista trabajar con la luz como su principal materia prima. La luz es esquiva, efímera, y es imposible embalarla: ¿cómo podría ser presentada en una galería, en un museo, en la casa de un coleccionista? Nadie dedicó mucho tiempo a pensar el asunto.
Entonces llegó James Turrell, y la luz se convirtió en pintura y pincel, lápiz y papel, para él, su única herramienta. Inventó métodos para exhibir la luz, darle contenido y significado, contextualizarla, contenerla o dejarla fluir libremente por el espacio. Desplegar la luz requiere dimensiones espaciales mayores que las que hacen falta para exponer un grabado o una escultura clásica. La luz es por naturaleza expansiva y puede ser enfocada o no: puede volar sin límites. Su proyección puede reducirse a la nada misma o puede ser universal.
Los orígenes de Turrell como un Quaker californiano le dieron una base firme de principios para construir su vida. Cuando adolescente vivió en un departamento de planta baja sobre una avenida transitada de Los Angeles. La ventana de su cuarto daba a la calle y la tapó con tela ‘black-out’ día y noche. Le fascinó como los rayos de luz encontraron pequeños huecos para entrar y como se comportaron una vez adentro de su espacio. Fue velado por la luz o, como dice el diccionario, fue ‘nublado por exposición accidental’.
Empezó a experimentar, haciendo hoyos de distinto tamaños en la cortina, hasta que reprodujo el cielo nocturno de estrellas y planetas con un alfiler. Este ejercicio despertó su obsesión por el fenómeno y las características de la luz. Trabajó con el tema en sus estudios en Pomona College y en sus clases de postgrado en la University of California (Irvine). En 1966, a los 23 años, montó su propio estudio en el difunto Hotel Mendota en Santa Mónica. Selló dos habitaciones para eliminar la luz del exterior, instaló paredes falsas, pintó de blanco todo lo que estaba a la vista, y empezó proyectando la luz que lo condujo a una carrera luminosa.
Turrell juega con toda la potencia de la luz y nos deja descender suavemente en sus profundidades. Sondear la luz es similar al proceso del buzo cuando se descomprime al emerger del fondo del mar: no se puede apurar el proceso. Turrell nos arroja a una dimensión infinita donde nuestros parámetros físicos pierden control del espacio. James Hall escribió en “The Independent” de Londres que la obra de Turrell es “tanto un teatro de crueldad como un teatro de contemplación”. Se refirió irónicamente a los peligros de perder el camino después de una sobredosis de luz.
Turrell nos impulsa a un recinto donde intuimos que hay paredes o límites que nos restringen, pero que no podemos verlos conscientemente. Nuestra percepción es de campos de colores alterados que confunden nuestros conceptos previos de fronteras visuales. Además de encontrarnos bañados en la belleza del color puro, una sensación que envuelve nuestra consciencia, nos damos cuenta de nuestras limitaciones inherentes y nuestra susceptibilidad a dar por sentado lo que creemos que podemos ‘ver’. Y más allá de ‘ver, ‘ser’. Las obras de luz de Turrell confirman que los humanos no somos capaces de sentirnos cómodos sin límites auto-impuestos. Al encontrarnos frente a la posibilidad de una situación sin límites, experimentamos ansiedad. Nos encontramos cara a cara con el lado oscuro de la belleza.
El legado más importante de Turrell a su público es: no debe creer siempre lo que ven los ojos porque son solamente ventanas de la mente. Hay que abrir la mente al entorno sin dimensiones que le espera con una dosis de iluminación o con la exposición al infinito de la luz en expansión. Nos deja disolver y ampliar las barreras físicas conocidas.
Cada una de las prestidigitaciones lumínicas de Turrell ofrece una faceta diferente de lo desconocido. Desafortunadamente no se puede llevar nada consigo, no se les puede sacar fotos ni colgarlas en la pared. Ahora lo ve, ahora no. Estos cubos de aire con color van y vienen adentro de las paredes que los contienen: solo en el ojo de la mente, en el breve relampagueo de un sueño, en un chip de memoria en Technicolor, puede ocurrir una insinuación de su omnipresencia. ¿Tiene el mar el mismo color de noche cuando no hay luz de día? Cuando el sol se pone y todo es oscuro, ¿es el cielo aún azul? El color también va y viene, y un color puede alterar la intensidad de otro, enriqueciéndola o disminuyendo su magnitud. Turrell ha amaestrado la ciencia detrás de estos fenómenos, y después de años de experimentación ha desarrollado programas de computación para manejar la luz como le da la gana.
“Sky Space” es la más ambiciosa de las obras en exposición. La pieza ambiental es una obra interactiva que reclama al observador enfocar su visión en una pared de colores en constante estado de cambio durante 55 minutos. La experiencia recuerda a momentos en el consultorio del oculista, los exámenes de visión para el permiso de conducir, momentos de meditación, el resplandor después de concentrarse demasiados segundos en el sol, tanto como un pasaje pacífico por una tierra de ensueños con colores que bailan. La propuesta en sí es sencilla, acostarse sobre una frazada dentro de los límites de un cuadrado de mármol negro que mide cinco metros de lado, en el medio de un espacio rodeado con bancos de cemento, y mirar hacia el cielo por un hueco del mismo porte en el techo –solamente usted y su ojo y el cielo: y aquel hueco que le lleva al indescriptible más allá. El efecto de este séance con el cielo depende del instante preciso de la puesta del sol, y el horario del programa se ajusta a diario.
La primera impresión de la experiencia es de un cielo celeste. Predominan tonos pastel, mientras que la quemazón de los rayos de sol se evapora. Poco a poco Turrell nos engaña a pensar que el cielo está cambiando de color, tono, densidad, mientras que él varía el tono del color que rodea el ‘sky space’ en sí, pintando la superficie sólida con una capa uniforme de color que se difunde gradualmente.
El ojo empieza a gozar estas decepciones ingeniosas y reclama más. La mente lentamente deja de cuestionar el proceso, abandonando cualquier intento de determinar los porqués de la ley de causa y efecto, los motivos racionales por las respuestas visuales. Aceptamos la armonía, la belleza y la paz mental: nos entregamos a un estado donde el masaje de tonos de color nos suelta de nuestras preconcepciones y nuestro arsenal de pepitas patentes de verdad, que tantas veces nos engaña.
Pero Turrell no es un gurú New Age de meditación y manipulación. No predica, no vende fórmulas mágicas. Solamente nos envuelve en su luz de manera que satisface su propia curiosidad artística. Es su peregrinaje, no el nuestro. Y la naturaleza agrega el arco iris.
Media docena de observadores se acuestan en quietud, un zapato se desliza sobre la superficie de piedra, un estómago gorgotea, un suspiro resuena, pero el silencio es casi penetrante mientras que cada uno sigue su propio camino a través de esta jungla, este desierto, este mar, este jardín de color. Mientras que el azul se torna negro, nos enfocamos en una solitaria estrella emergente que nos hace recordar que somos uno con el cielo, y que la luz viaja a una velocidad distinta que la nuestra. Recordamos que hasta las estrellas nacen y mueren, con vidas limitadas para esparcir su iluminación para que todos en todas partes la puedan ver: un puntito en el telón de lo infinito, un trecho de tiempo cuya medida no podemos imaginar.
La experiencia está intensificada porque ocurre en un lugar tan inaccesible. Distancia, incomodidad y costos son los factores determinantes. Argentina figura en el radar de pocos. La provincia noroeste de Salta no está en el radar de la mayoría de los argentinos y Colomé tampoco está registrado en los radares de los mismos salteños. Si uno no lee ciertos informes financieros internacionales que proclaman a Salta como el próximo Shangri-La extramuros, no hay ningún motivo para que alguien supiera de este paraíso.
Por lo menos cuatro horas en una 4x4 separa el aeropuerto de la capital provincial del James Turrell Museum. Un vuelo de tres horas separa Salta de Buenos Aires, y luego un vuelo nocturno de cualquier otro lado. Cuando Turrell supo las logísticas necesarias para llegar al sitio que Donald Hess le propuso, se detuvo y luego declaró: “Sufrí mucho haciendo estas obras. Probablemente es bueno que los visitantes sufran también”.
El viaje para llegar a Colomé provee su propio espectáculo de luz y sonido. Mientras que el sol atraviesa el cielo, las coloridas formaciones de rocas que rodean el camino toman diferentes matices, diferentes tonalidades de la enciclopédica gama de colores que la Tierra nos ofrece. Las sombras bailan, se contraen, se expanden, creando rincones ominosos, oscuras figuras curiosas sobre superficies más claras. Las nubes agregan otra dimensión, retozándose por la bóveda del cielo. Todos son sólo preludios al evento principal: el despliegue de Turrell de una total inmersión en las asombrosas sutilezas de la luz. Como escribió un crítico: “Nos da la posibilidad de ver la luz como luz, y no sólo como iluminación sobre objetos”. Llegamos a Colomé predispuestos a experimentar lo sublime.
Obras hechas de luz expuestas en el Museo:
1. Alta Green 1968, Cross-Wall Projection Pieces Series
Las primeras piezas de esta serie fueron hechas en 1966, formadas por una luz proyectada a través de una esquina desde un proyector cuarzo-halógeno ligeramente modificado. El efecto de las proyecciones es producir un rectángulo de luz que atraviesa la esquina de dos muros que intersecan de tal manera que desde una distancia la forma de una pirámide verde se eleva desde el piso. El propósito es lograr objetivar y convertir a la luz físicamente presente en un material tangible. Mientras que el proyecto se desarrolló, el artista empezó a usar proyectores xenón que permitieron aumentar el tamaño de las proyecciones y enfocarlas con más precisión, dando a la imagen una sensación de solidez. La mayor intensidad y nitidez de la sensación producida en Alta Green es resultado de los nuevos y más poderosos proyectores.
2. Lunette 2005, Structural Cut Series
En sus piezas llamadas Structural Cuts, la obra de arte emerge del proceso de esculpir con la luz del cielo, aplicando procesos directos de percepción. Esta obra, originalmente, fue instalada en la villa de Conde Giuseppe Panza di Biumo en Varese, Italia, en 1974. El corte semicircular que vemos reemplaza una ventana luneta al fondo de un corredor de bóveda cilíndrica. La luz interior de ambiente emana de tubos de neón-argón emplazados encima de una repisa ubicada en la parte superior de la bóveda cilíndrica. Lunette es una experiencia que atrapa al ojo: el observador penetra un corredor largo envuelto en una serie de distintos volúmenes de luz de color, integrando tonos de rojo, verde, violeta, azul y finalmente negro. La sensación revuelve los nervios: uno está rodeado de luz sin contención, solo color sin dimensiones. Se pierde cualquier sentido de lugar, encontrándose a la deriva entre olas secuenciales de luz.
3. Penumbra 1992, Windows Series
Esta obra está ubicada en una sala pequeña con cuatro paredes más pequeñas intercaladas. La luz emerge del espacio entre dos conjuntos de paredes e ilumina el espacio interior, colocando al observador en una burbuja de luz que resiste definición. Una vez más el observador debe ajustar sus parámetros de receptividad visual y dejar que la luz imponga las reglas.
4. City of Arhirit 1976, Ganzfeld Series
El espacio está bañado en rojo, verde, violeta, azul y finalmente negro. Uno pierde la sensación de que hay paredes a cada lado. La sensación es de un área sin cielorraso con un camino negro en el piso y un cuadrado de luz rojo a una altura de dos metros y medio. El término ‘Ganzfeld’ proviene de la psicología de percepción y se refiere a un campo de luz totalmente homogéneo. Turrell adaptó un acercamiento perceptivo al arte después de conocer las teorías de los campos visuales como estudiante en Pomona College. City of Arhirit fue expuesta en el Stedelijk Museum de Ámsterdam, en cuatro espacios conectados donde se aplicaron la técnica de los campos visuales homogéneos. Uno entra a cada uno de los cuatro cuartos desde un pasillo angosto y, visto desde el pasillo, cada cuarto parece contener una nube de luz. La iluminación de ambiente parece llenar el espacio con una sensación opresiva casi física. La luz, producida externamente, refleja el color que resuena en el área rodeando cada apertura externa. “Cada cuarto fue iluminado por luz externa que entró por una ventana pequeña detrás del observador. La luz ha sido controlada al pasar por esta ventana para crear un campo homogéneo del color pálido de cada uno de los cuartos. La luz interior varía, según la hora del día, el día del año, y las condiciones atmosféricas”, explica Turrell. La reacción del observador a la luz en cada cuarto está influida por el resplandor remanente del color de la luz en el cuarto anterior, tanto como la cantidad de tiempo pasado en asimilar la luz de cada espacio.
5. Spread 2003, Ganzfeld Series
Este ambientación de 400 metros cuadrados de luz azul fue creada especialmente para el Turrell Museum en Colomé. Los visitantes deben quitarse los zapatos para subir en busca de la fuente de esta luz. Nueve escalones forman una escalera ancha, al llegar al último, uno entra en un cubo con luz azul tenue. Se tiene la sensación de flotar mientras que se avanza por la inclinación gradual que conduce al epicentro del azul. Esta inmersión en azul que parece no tener límites atrae al público como un imán. Suena una alarma si alguien se acerca demasiado a la fuente. Cuando otra versión de esta pieza fue expuesta en el Whitney Museum de Nueva York en 1980, un hombre pasó el límite y cayó en el vacío, rompiéndose una cadera. Para salir, uno baja la escalera y pasa por una puerta rodeada de luz neón amarilla, que la enmarca como si fuera una pantalla de cine. Al mirar hacia atrás, el efecto es el de mirar un gran cuadro azul.
6. Stufe (White) 1967, Cross-Wall Projection Piece Series
Esta obra es la primera que Turrell hizo con luz. Una luz en forma de cubo cruza en ángulo la intersección de dos paredes, dejando un diseño sobre una parte de las paredes. El observador no se da cuenta del origen del rayo de luz. El fenómeno es desconcertante, hasta místico. Ver No. 1. para una descripción más amplia del proceso.
7. Slant Range 1989, Arcus Series
En la Arcus Series, Turrell transforma el espacio en un escenario donde la luz se hace tridimensional y la sensación de espacio es una ilusión. Los efectos de la mezcla de lámparas de tungsteno, luz ultravioleta y luz de día revelan como la luz en sí es una presencia cambiante en nuestras vidas. Este efecto se logra a través de artefactos con luz fluorescente y ultravioleta escondidos en la parte interior del borde de la apertura. Una grieta angosta de un lado del espacio encerrado permite que entre luz del sol al espacio. Slant Range fue creado para la exposición de Turrell en el Musée d’Art Contemporain de Nimes, Francia en 1989.
8. Wedgework II (Pale Blue) 1967, Wedgework Series
La motivación detrás de las piezas de esta serie es crear particiones de luz que atraviesan los espacios de cuartos interiores, generando subdivisiones con forma de cuña a lo largo de sus diagonales. Evocativo de la luz que se derrama por las hendiduras en galpones viejos o el haz de luz que cae desde la bóveda de un bosque, la versión hecha por Turrell, que es controlada más conscientemente, es aun más misteriosa.
9. Unseen Blue 2002, Skyspaces Series
El Skyspace de Colomé es el más grande de todos los que están instalados alrededor del mundo. Ver la descripción en el texto arriba.
Obras Gráficas:
1. First Light 1989-90, una serie de veinte grabados tirados por el grabador suizo Peter Kneubühler.
Esta serie de acuatintas en blanco y negro utilizando el proceso de ‘intaglio’ fue hecha después de las obras de luz a las cuales se refieren. First Light reproduce el estado brillante de luz cuando entra en contacto con la superficie plana de la pared. La insólita sensación de volumen que las obras proyectan es enriquecida por la luz que emana de lámparas ERCO, con dobles filtros y una lente difusora. El color negro parece tener volumen, como si emergiese desde el fondo blanco. Esta obra es conceptual en esencia y fundamentada en las Projection Pieces. (Ver: 1. y 6.)
2. Still Light 1990-1991, una serie de ocho grabados tirados por el grabador suizo Peter Kneubühler.
El proceso de acuatinta es la forma más pura, de las técnicas gráficas es la que más retiene luz. En este caso, la línea está reemplazada por los sutiles efectos tonales que la luz ofrece. Una serie de formas geométricas están puestas sobre fondos grises de manera más visualmente contextualizada y menos dramática que en el caso de First Light. En contraste con la definición aguda de la serie First Light, los grabados Still Light evocan la brumosa calidad atmosférica de la proyección.
El esfuerzo más ambicioso de Turrell ha sido su proyecto de ‘Land Art’ ubicado en Roden Crater, cerca de Flagstaff, Arizona, dentro de un volcán extinto. El artista ha estado transformando este pedazo de montaña en un laboratorio celestial y un observatorio a ojo pelado durante los últimos cuarenta años. Después de nueve años en sus cubos de luz artificial del Hotel Mendota, fue directamente a su volcán, una transición embriagante, aun para un artista dispuesto a seguir la luz de su estrella.
Craig Adcock describe las dimensiones de su complejo plan: “El Roden Crater Project es una ambientación interactiva escultórica: su tema es luz y espacio. La manera en que el artista trata el tema incluyendo tanto el exterior como el interior del antiguo cono de escoria volcánica nos genera un estado de contemplación. En sus niveles más profundos, el proyecto terminado nos permitirá pararnos en el presente y mirar adentro del pasado y el futuro. La luz, en uno de sus aspectos, es tiempo. El cráter nos enfocará la atención sobre las infinitas extensiones que son geológicas tanto como astronómicas, personales y a la vez psicológicas. El proyecto entero con sus múltiples espacios adentro y afuera funciona en términos de la luz en el cielo (…) Es un lugar donde los espacios artificiales se entremezclan con la naturaleza y el arte se incorpora con los espacios afectivos de la conciencia individual.”
La experiencia Turrell obviamente va más allá que las puras obras de arte en sí. Al observador se lo embarca en un viaje hacia un mundo desconocido con ningún paradigma reconocible. El silencio y una sensación de aislamiento son compañeros constantes. Las dimensiones se distorsionan y no se puede medir las distancias con parámetros habituales. Turrell nos dice: “En un sueño lúcido, uno tiene un sentido más agudo del color y de la lucidez que con los ojos abiertos. Me interesa el punto en donde la visión imaginativa y la visión externa se encuentran, donde se hace difícil diferenciar entre ver desde adentro y ver desde afuera.”
Cualquiera, letrado en los misterios del arte o no, puede ver lo que Turrell quiere expresar y hacia donde quiere llevar su búsqueda. Un observador puede aprender mucho de sí mismo, si tiene la voluntad, pasando una hora o dos en el Museo. Saldrá con algunas respuestas y un conjunto de preguntas totalmente nuevas para indagar, y tal vez hasta con la luz para iluminarse, o por lo menos, aliviar su camino.
Edward Shaw
Tunquén
enero 2010
sábado, 13 de febrero de 2010
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