Patricia Ossa:
Criaturas de lápiz y papel
Patricia Ossa acepta el desafío de ir en contra del corriente y presenta una serie de imágenes de mujeres en gran formato, dibujada con destreza y convicción. Capta la furtiva expresividad del rostro femenino con una gama de trazos que va desde el más tenue al más determinante. Despliega los rasgos de caras anónimas con soltura y seguridad, manifestando que son equivocados aquellos que creen que el dibujo es un arte de antesala frente a la pintura. El dibujante es cirujano, el lápiz el bisturí del ser sensible.
El recurso de dibujar en tamaño real enriquece la propuesta. Nos proporciona una galería de personajes sacadas de distintas instancias históricas, retratos que flotan en una zona del reloj que no tiene cronología cierta. Cada una es la heroína de algún momento y nos envuelve en su intrigante pasado. Son caras con experiencias para contar: al mirarlas, se puede intuir el tenor de la carga emotiva que se esconde detrás de ojos sugestivos. Las mujeres nunca guardan sus secretos por la eternidad y estas retratadas no son excepciones. El observador persistente encuentra como su recompensa la posibilidad de hilar mil y un sueños sobre que sonidos se desatan detrás del silencio engañador del mundo de Ossa.
Representar la cara de una mujer es una actividad creativa que nunca pierde vigencia: lo practican artistas masculinos y femeninos por igual. Se encuentra renovaciones de este clásico tema constantemente en fotografía, escultura, pintura y dibujo. La versión femenina de este quehacer tiende a ser fácilmente reconocible: tierna, oblicua, dejando en evidencia las características del género. El hombre es propenso a desnudar la esencia del objeto de su deseo. Busca vengarse o busca celebrarse. Es un territorio minado por actitudes encontradas, lleno de peligrosos prejuicios. Hay una cierta complicidad entre todos estos esfuerzos, no importa en qué siglo o qué autor se desplegó los sutiles encantos de sexo erróneamente tildado del frágil.
Ossa construye con sueltas volteretas los peinados que vuelan alrededor de estos rostros. Encarna caras que nos llaman no por su provocativa sensualidad, sino por el imán de su vulnerabilidad. Cómo puede una sinfonía de líneas en grafito crear la ilusión que es carne capaz de producir placer, o sentimiento capaz de aliviar una alma hambrienta. Es la magia del arte, las ganas del ser sensible de convertirse en participe de la fiesta imaginaria que es una mujer de lápiz y papel.
Queremos creer en las creaciones de Ossa. Intuimos una belleza perenne que buscamos sin encontrarla en nuestras vidas diarias citadinas. Es la belleza que no se mancha con el pasar de los años ni el roce de las emociones fuertes. Ossa nos traslada a un mundo de ensueño, ofreciéndonos una veintena de caras que son capaces de transportarnos lejos de nuestras penas cotidianas. Para el admirador ajeno, cada cara es un CD en blanco que puede llenar con fantasías y sueños. Es la respuesta a sus sueños de la mujer ideal. Lo mira desde su escondite detrás del vidrio, receptivo a todo lo que él sugiere, todo lo que le reclama.
A pesar de la quietud de su encierro, su único destino es de vivir colgado de la pared: estas prisioneras, mujeres de edades indefinidas con aires de juventud, hasta niñez. A veces, evitan nuestras miradas curiosas: uno nunca sabe si se entregarán o no. En general, no están pasando dramas densos; más bien son introspectivas las miradas de estas damas. Hay una cara cuyos ojos no son visibles en la penumbra que envuelve las facciones de su rostro. ¿Quién se atreve a llevarla a casa?
Ossa recorre la historia como activista postmoderna cualquiera, adaptando citas de donde le se ocurre para realizar su propósito. Todo lo que toca suena familiar, todo evoca la nostalgia del deja-vu. La maestría del manejo de los lápices provoca admiración, pero Ossa se salva de la pura virtuosidad por la carga de astucia que emana de cada retratada. Estas no son niñas de convento, aunque a primera mirada dan la impresión de serlo. Existe también dejos de tristeza, pistas de pasados nutridos, datos visuales que hablan de misterios aún no revelados. Hay que convivir con una de estas obras, igual que con las personas, para descubrir los secretos, las profundidades detrás de la enigmática expresión con la cual Ossa vela sus retratadas.
La técnica del dibujo permite una libertad que pocos artistas pueden transferir a la tela. Un trazo relata todo: no se puede esconder detrás de una pincelada ancha. Ossa no intenta dibujar lo que pinta: separa su producción de imágenes en dos paquetes totalmente autónomos. Comprueba que puede ser audaz: estas obras son instantáneas de relámpagos de ánimo, estrellas fugaces hechas humanos, registros de visiones no vistos. Ossa nos invita a compartir su mundo. Es una invitación que valga la pena aceptar. Solo hay que vencer la complacencia de la primera mirada y aventurarse a un encuentro más a fondo con estas criaturas de lápiz y papel.
Edward Shaw
Tunquén, abril 2009
domingo, 14 de febrero de 2010
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